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Canción de amor

<center>Canción de amor</center>


(Raúl Leiva)

Quisiera ser la muerte que buscabas

mi soñada enemiga;
quisiera ser la sombra que alimenta
tu corazón de lluvias y amapola,
tu conmovida risa bullanguera.

Quisiera ser tu muerte, la agonía
que lentamente sube por tus piernas,
tu vaso de ternura, rosa herida.

Quisiera detenerte, sorprendida,
en la orilla del sueño, en el deseo
que sostiene y alivia nuestro rumbo
de pájaros caídos en la nieve.

Quisiera ser la muerte, suave y pura,
que dilata tu sed y nos defiende
ante el horror del mundo, inmerecido.

Tengo tantos sentidos, tanta muerte
para quererte, cóncava, exaltada
mensajera del valle.

Tengo tantos crescendos angustiados
en que llego hasta lo último del ansia,
a la abierta ternura desolada.

Tengo muerte y amor,
sed que se vierte
en agonías lentas saturadas
por las horas de trágico abandono;
tengo sangre y deseos que ya mueren
por alcanzar la cima de tu entrega.

Déjame ser el río que te inunde
en satánico ritmo voluptuoso;
la corriente colmada que desborde

erigidas olas en tu carne
de lirio desmayado en el olvido.

Déjame contemplarte en esta noche
crucificada de ángeles desnudos;
acariciar tus hombros, ese rostro
donde duerme la luna,
tus revueltos cabellos, la caída
de tus ojos nostálgicos de cielo.

Déjame suspenderte, madurada
para la oscura muerte de mi sueño;
eterna y floreciente magia altiva
de esta noche terrestre, iluminada.

Déjame, así, a tu lado, ser la muerte
oscura, ciega muerte
que descubra tu nombre, el hondo origen
de tu sangre más intima, rebelde.

Déjame, en esta hora sin olvido,
socavar lo más pleno de la tierra
en que te eriges, tierna y melancólica.

Déjame, al fin, mi sueño, mi enemiga,
oh purísima forma, ala, latido,
como lava suicida, derramarme
en tu oscura bahía lentamente.

Sólo queremos ser humanos

<center>Sólo queremos ser humanos</center>

(Otto René Castillo) 

Aquí no lloró nadie
Aquí solo queremos ser humanos
darle paisaje al ciego, sonatas a los sordos,
corazón al malvado, esqueleto al viento,
coágulos al hemofílico, y una patada patronal
y un recuerdo que nos llora el pecho.

Cuando se ha estado debajo de las sabanas viudas.
Cuando se ha visto transitar el hambre
en sentido contrario.
Cuando se ha temblado en el vientre de la madre,
sin conocer aun el aire, la luz,
el grito de la muerte.
Cuando eso nos sucede, no lloran los ojos
sino la sangre humana y lastimada.
Aquí no lloró nadie.

Aquí solo queremos ser humanos
recordarle la patria al desterrado
para verlo revolcarse en la nostalgia;
cargar un pan en una calle de hambrientos
para que se lancen a mordernos hasta el alma,
darle cara de gallina a la miseria
para que la pueda devorar el hambre,
darle sabor de trigo a la saliva sola
y espíritu de leche a la tormenta.

Cuando se ha nacido entre pañales rotos
y cuando se ha nacido sin pañales.
Cuando nos han limpiado pulcramente
el aparato digestivo.

Cuando se nos dice, comed,
comed vuestra miseria, desgraciados.
Cuando eso acontece,
no es llanto el que destilan las pupilas,
Es una simple costumbre de exprimir
los puños de los ojos y decir:
Aquí no lloró nadie, aquí solo queremos ser humanos:
Comer, reír, enamorarse, vivir,
Vivir la vida y no morirla.
Aquí no lloró nadie.

Fusiles y Muñecas

<center>Fusiles y Muñecas </center>

(Juan de Dios Peza)

Juan y Margot, dos ángeles hermanos
Que embellecen mi hogar con sus cariños
Se entretienen con juegos tan humanos
Que parecen personas desde niños.

Mientras Juan, de tres años, es soldado
Y monta en una caña endeble y hueca,
Besa Margot con labios de granado
Los labios de cartón de su muñeca.

Lucen los dos sus inocentes galas,
Y alegres sueñan en tan dulces lazos;
El, que cruza sereno entre las balas;
Ella, que arrulla un niño entre sus brazos.

Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,
El kepis de papel sobre la frente,
Alienta el niño en su inocencia grata
El orgullo viril de ser valiente.

Quizá piensa, en sus juegos infantiles,
Que en este mundo que su afán recrea,
Son como el suyo todos los fusiles
Con que la torpe humanidad pelea.

Que pesan poco, que sin odios lucen,
Que es igual el más débil el más fuerte,
Y que, si se disparan, no producen
Humo, fragor, consternación y muerte.

¡Oh, misteriosa condición humana!
Siempre lo opuesto buscas en la tierra;
Ya delira Margot por ser anciana,
Y Juan, que vive en paz, ama la guerra.

Mirándoles jugar me aflijo y callo:
¿Cuál será sobre el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
La niña con velar junto a la cuna.

El uno corre de entusiasmo ciego,
La niña arrulla a su muñeca inerme,
Y mientas grita el uno: Fuego! fuego,
La otra murmura triste: Duerme, duerme.

A mi lado ante juegos tan extraños
Concha, la primogénita, me mira:
¡Es toda una persona de seis años
Que charla, que comenta y que suspira!

¿Por qué inclina su lánguida cabeza
Mientras deshoja inquieta algunas flores?
¿Será la que ha heredado mi tristeza?
¿Será la que comprende mis dolores?

Cuando me rindo del dolor al peso,
Cuando la negra duda me avasalla,
Se me cuelga del cuello, me da un beso,
Se le saltan las lágrimas y calla.

Sueltas sus trenzas claras y sedosas,
Y oprimiendo mi mano entre sus manos,
Parece que medita en muchas cosas
Al mirar cómo juegan sus hermanos.

Margot, que canta en madre transformada,
Y arrulla a un hijo que jamás se queja,
Ni tiene que llorar desengañada,
Ni el hijo crece, ni se vuelve vieja.

Y este guerrero audaz de tres abriles
Que ya se finge apuesto caballero,
No logra en sus campañas infantiles
Manchar con sangre y lágrimas su acero.

¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!
Amo tus goces, busco tus cariños;
Cómo han de ser los sueños de los hombres,
Más dulces que los sueños de los niños!

¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna
Turbar jamás vuestra inocente calma,
No dejéis esa espada ni esa cuna:
¡Cuando son de verdad, matan el alma!